Desde tiempos inmemoriales, los seres humanos han estado fascinados por los aromas. En la antigüedad, las civilizaciones utilizaban esencias naturales para rituales religiosos, ceremonias y prácticas medicinales. Los egipcios, por ejemplo, eran conocidos por su uso de resinas aromáticas en sus templos y tumbas, creyendo que estos olores tenían propiedades divinas y protectoras.
A lo largo de la historia, diferentes culturas han desarrollado sus propias técnicas para extraer y utilizar esencias aromáticas. En la antigua Grecia y Roma, los aromas se utilizaban en baños públicos y en la preparación de ungüentos y aceites para el cuerpo. Durante la Edad Media, los monasterios europeos se convirtieron en centros de producción de esencias, utilizando hierbas y flores cultivadas en sus jardines.
Con el tiempo, la producción de aromas se volvió más sofisticada. En el Renacimiento, los alquimistas comenzaron a experimentar con la destilación, un proceso que permitía extraer esencias puras de plantas y flores. Este avance técnico marcó el inicio de una nueva era en la creación de aromas, permitiendo una mayor diversidad y complejidad en las composiciones.
En el siglo XIX, la revolución industrial trajo consigo avances en la química que permitieron la síntesis de compuestos aromáticos. Esto abrió nuevas posibilidades para la creación de aromas, permitiendo la producción en masa y la accesibilidad a un público más amplio. Hoy en día, la ciencia de los aromas continúa evolucionando, con investigaciones constantes en nuevas técnicas de extracción y composición.